Diálogos danzados | Filosofía y danza
Por Alejandra Flores
*Texto seleccionado de la Convocatoria Leer, escribir y danzar, una propuesta de la Cátedra Gloria Contreras que surgió al inicio de la pandemia por COVID-19, en el mes de abril 2020. La convocatoria consistió en desarrollar un escrito reflexivo a partir de cuatro lecturas sobre filosofía e investigación de la danza, promoviendo así la lectura, escritura y participación del público.
La filosofía occidental, hasta ahora, se ha posicionado como un ejercicio exclusivo de la razón. Desde su concepción, el cuerpo ha aparecido como una otredad que nubla el juicio e impide al filósofo dar cuenta de su realidad a partir de certezas incuestionables.
La razón se ha convertido en el instrumento con el cual el sujeto adquiere la capacidad de entender y, por lo tanto, de controlar su entorno. La capacidad racional colocó al sujeto al centro de la experiencia y, a partir de este eje, la filosofía comenzó a desarrollarse.
En distintos momentos de su historia, la filosofía se ha aliado con las artes buscando abarcar los fenómenos dentro de la realidad en donde se encuentra. Se ha permitido convivir con la literatura para transformar su discurso en un arte, utilizar la notación musical para armonizar sus discursos. Es decir, constantemente ha convivido con las artes, sea como objeto de estudio o como complemento de su discurso.
Pero el cuerpo… el cuerpo y sus afectos han sido negados e incluso ignorados. Su perspectiva no despierta la atención de la filosofía, pues las particularidades corporales no parecen ofrecer las certezas a las cuales el discurso filosófico pretende acceder.
El cuerpo aparece como una cárcel, incluso como un impedimento para el desenvolvimiento del pensamiento en su máxima expresión. El cuerpo se enferma, sufre, se cansa… en resumen, se ve continuamente afectado por la realidad.
Por otro lado, la materia prima por excelencia de la danza es el cuerpo. Las características definitorias de la creación coreográfica, junto con sus elementos, varían según la época en que se ha desarrollado, pero el cuerpo se ha mantenido como un condicionante necesario para concebir a la danza.
No es de extrañarse que, bajo estos preceptos, la filosofía haya dejado a la danza fuera de su campo de estudio. Sin embargo, al negar los matices del sujeto ofrecidos por la corporalidad, la filosofía ha rechazado a la naturaleza humana en su totalidad, considerando al sujeto únicamente a partir de su capacidad racional.
Miguel de Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida (2013) advierte la imposibilidad de entender a la filosofía pasando desapercibido al hombre-filósofo. Es decir, no es posible para el discurso filosófico estar divorciado de la vida de quien la enuncia. Esta afirmación puede extenderse a la forma de percibir al cuerpo, en tanto representa la cartografía de los afectos humanos distintos en cada individuo.
La danza ha evolucionado, sus acciones ya no son exclusivas del placer estético o del entretenimiento. El movimiento abandona parcialmente su condición efímera. Las obras contemporáneas ofrecen un entramado discursivo dentro de la coreografía, el cual le exige al movimiento ser creado con una carga de significados capaces de transmitir un mensaje sin utilizar el lenguaje racional.
El cuerpo, en este caso, deja de ser un instrumento y ahora se torna en una posibilidad creadora cuya experiencia enriquece el proceso por el cual transita la creación junto con la acción coreográfica.
Por lo tanto, se vuelve necesario un desarrollo discursivo más profundo, salir del lugar común para poder abarcar otra dimensión de la realidad. La filosofía necesita precisar una perspectiva desde la experiencia corporal y la danza necesita contextualizar su creación coreográfica, de modo que esté apegada a la realidad y no se aleje de su particular carácter poético.
De acuerdo con el texto Los filósofos y la danza (1983) de David Michael Levin, el puente entre la filosofía y la danza está en la fenomenología, pues su desarrollo se ha centrado en la percepción del cuerpo humano, pero es precisamente la voz del cuerpo la generadora del discurso. No se trata de un desarrollo pretenciosamente racionalista.
Gracias a la fenomenología, la filosofía podría ofrecer una inmersión más honesta hacia la danza. Su mirada nos regresaría a la inocencia necesaria para recuperar el asombro por el entorno y el cuerpo ya no sería un agente externo sin un aporte a considerar.
Acercarse a la danza a través de la fenomenología permitiría diluir la dualidad mente-cuerpo. Se trataría de una alianza en la cual la capacidad racional no estaría divorciada de los afectos corporales receptores de la realidad. Así, la sensualidad evocada por el cuerpo dejaría de representar una confusión dentro de la filosofía.
El puente ha sido establecido, nos encontramos frente a una posibilidad para presentar a la danza como objeto de estudio filosófico. Se trata de una forma en la cual el cuerpo recupera la voz que expresa las denuncias de su presente.
La fenomenología nos permite describir lo acontecido en el cuerpo, pero ¿cómo ir más allá de las fronteras perceptivas? ¿de qué forma se podría escapar de caer en la estetización o construcción retórica del presente? ¿cómo sublimar los afectos corporales de tal forma que seamos capaces de sostener un discurso filosófico y no una mera exposición de la realidad?
Como propuesta teórica, en este escrito propongo que la filosofía de la danza puede abarcar distintas vertientes dentro del mismo campo filosófico. A lo largo de su proceso, nos puede situar de frente a distintos aspectos de nuestro presente, ocultos incluso a la razón. El cuerpo como eje de la experiencia, sin estar divorciado de lo racional, posee una amplia gama de posibilidades discursivas.
Un cuerpo expuesto continuamente al ojo externo, continuamente en búsqueda de explotar al máximo sus posibilidades para entregar un objeto artístico efímero, plegado de metáforas en movimiento y capaz de acceder a lo más recóndito de los sentires del sujeto, enriquece el campo del estudio filosófico. Ofrece una cara nueva para el estudio, incluso ontológico, del ser humano.
Tras andar por los caminos filosóficos, la danza puede enriquecer su discurso, escapar de la superficialidad y frivolidades para crear imágenes poéticas significativas. Así, podría crear un discurso cargado de una visión del presente capaz de desahogar los abismos insertos en cada sujeto. Asimismo, podría revelar los gritos más ahogados, las oscuridades rezagadas… aquellos aspectos necesarios para comprender la realidad del sujeto. Armonizando, como resultado, la relación mente/cuerpo en un trabajo en conjunto.
Es importante pensar, por lo tanto, en diferentes recorridos del pensar filosófico y diversas formas de construcción dancística. Así, el discurso coreográfico podría matizarse con la filosofía, mientras el discurso filosófico compatibilizaría su trabajo con los aspectos corporales, e incluso sentimentales, formando una unidad discursiva para el sujeto y determinar su estar en el mundo.
Sirvan estas líneas, producto de una primera reflexión sobre los motivos por los cuales la filosofía ha ignorado a la danza, como los primeros trazos de una filosofía de la danza con un discurso tangible, real y estable. No se trata de determinaciones inamovibles, puesto que se busca rediseñar los preceptos del discurso filosófico y la construcción de los elementos inmersos en el discurso coreográfico.
Fuentes consultadas.
De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Madrid: Alianza, 2013.
Levin, David Michael. Los Filósofos y la Danza. Trad. Kena Bastien van der Meer. A Parte Rei, 1983. http://serbal.pntic.mec.es/AParteRei/